Columna de opinión, por Beatriz García, responsable de catequesis en la Parroquia Natividad de Nuestra Señora (Madrid), en el contexto de la participación de Design for Change España en las Jornadas de Pastoral Educativa #JP2020, que este sábado tendrán lugar en Madrid. Con las ponencias “Siente, imagina, crea”, Design for Change (DFC) España presenta la metodología DFC al profesorado de la asignatura de Religión, para mostrar cómo los jóvenes pueden convertirse en agentes de cambio para mejorar su entorno. Las ponencias comenzaron a principios de febrero y se desarrollarán en varias ciudades españolas hasta el mes de mayo.
Yo puedo cambiar el mundo contigo. ¿Qué quiere decir esto para cada uno de vosotros?
Yo puedo muchas cosas, tú puedes muchas cosas. Hemos nacido con una capacidad infinita de poder. Y de las múltiples acepciones de la RAE, la que nos quedamos es la que dice que poder es “tener la facilidad, facultad o potencia de hacer algo”. Tengo capacidad porque he nacido y he adquirido unos talentos que me hacen poder algunas cosas. Por suerte, no todos tenemos los mismos y eso nos hace complementarios y necesarios para tener un poder superior al poder que tendríamos cada uno de forma aislada. También puedo porque tengo una capacidad de amor que me hace ser parte de una realidad que me importa y para la que yo soy importante. Mi capacidad de amor y mis talentos unidos a los de las personas que tengo cerca, permiten que las posibilidades de ese poder se vean potenciadas y complementadas.
Ese poder puede tener dos objetivos, depende de dónde ponga el foco: en mí misma o en el mundo en el que vivo y viven las personas que quiero y muchas más que no conozco.
DFC hace posible mirar al mundo y tomar conciencia de lo que puedo por mis talentos y de lo que quiero poder por la capacidad de amor que me impulsa a soñar con la posibilidad de transformar lo que me preocupa o no me gusta. DFC permite hacerlo con otros, y así me permite ampliar las posibilidades de transformación que sólo podría imaginar con mi mirada. Varias miradas hacia el mismo lugar, permiten ver más allá y llegar a posibilidades más lejanas. DFC impulsa a que aquello que sueño, ahora ya que sueño con otros, no se quede en ideas, sino que podamos ser parte de ese cambio que deseamos y hacerlo posible gracias a los mismos dones y el amor que nos llevaron a mirar la realidad, haciendo así que también crezcan dentro de mí.
Con los proyectos desde este “yo puedo con otros” ya se ha transformado nuestro mundo. Se ha expandido y se ha compartido y el contagio es ya una realidad que hemos palpado.
A la pregunta: “¿Cómo sería un yo puedo, no sólo con otros, sino con O†ro?
Nuestra capacidad de cambio del mundo también podemos vivirla mirando la vida de Jesús.
Todo empieza SINTIENDO que yo también soy su hija amada y su predilecta. A él le interesa todo lo que pienso y siento, soy motivo de gozo para él y por eso me deja su Espíritu para que se quede conmigo. Mi verdadera identidad es sentirme Hija amada del Padre. Amada con una capacidad para amar que viene de él y con unos talentos y dones que hacen posible entregar ese amor recibido a los otros. El amor y los dones me permiten mirar al mundo y hacerme la pregunta de “¿éste el mundo que Dios sueña para nosotros?”
Si mi identidad es ser Hija, la de las personas que me rodean es la misma, y esto nos convierte en hermanos en el Padre, con los dones y la capacidad de amar que Dios también les ha regalado a cada uno de ellos. Ahora la pregunta: “¿Este es el mundo que Dios sueña para nosotros?” ya no me contempla solo a mí, sino a toda la humanidad.
Y en ese mundo soñado para Dios hay dos elementos fundamentales: los hombres y mujeres que viven en él y la casa común donde vivimos. Mis dones y la capacidad de amar, la de mis hermanos y la casa común son regalos que no vienen ni dependen de nosotros en su origen, nos vienen dados de Dios. Y acogerlos con gratitud nos prepara para la gratuidad. Una gratuidad que nos permite ponernos al servicio de ese sueño de Dios.
¿IMAGINO un mundo diferente?
La pregunta en sí misma ya nos moviliza hacia la realización de ese sueño de Dios para mí y para el mundo. Nos llama a la creatividad y a educar nuestra mirada hacia ese sueño que contempla sobre todo a los que viven más lejos de él por la injusticia, la pobreza, la violencia y la falta de amor, y que necesita que la casa común esté cuidada y respetada porque es de todos, para todos y es reflejo de la belleza y el amor de Dios a sus hijos e hijas. La pregunta moviliza nuestros dones para ponerlos al servicio del sueño de Dios.
¿Serviría de algo preguntarnos y quedarnos parados? ¿Y cuando esa pregunta nos lleva a unos límites en los que brota dentro de nosotros un “no puedo”? Es verdad que no en pocas ocasiones, nos vemos poco capaces de imaginar que sea posible transformar algunas realidades de nuestro mundo. Si miramos el Evangelio, vemos que a los discípulos les pasó algo parecido en muchas ocasiones, y así dijeron: “¿Cómo vamos a dar de comer a tanta gente si solo tenemos cinco panes y dos peces?” La respuesta de Jesús se centró en preguntarles: “¿Qué tenéis?”, para que miraran sus posibilidades y las entregaran sin guardarse nada para ellos, y en sugerirles: “Dadles vosotros de comer”, dejando claro que confiaba ciegamente en que serían capaces, mientras él dirigía su mirada al Padre para poner en Él lo que estaba ocurriendo en ese momento: una realidad que pedía un cambio porque muchos tenían hambre y unos hombres sensibles a esa realidad, dudando de sus capacidades y acudiendo a quien podía dar un giro a lo que estaba aconteciendo. Y justo aquí, es donde radica la fuerza del “yo puedo contigo y Con†igo” de los cristianos.
ACTUAR como consecuencia de sentirnos hijos, nos lleva a hacerlo sintiendo que somos impulsados por su Espíritu. Esta experiencia, nuestra verdadera identidad y vocación, nos hace personas nuevas y nos convierte en sus instrumentos en el mundo que Él sueña para todos. Y así, nos convierte en sus manos que unidas a las de los otros hacen posible lo que solos jamás podríamos. En sus oídos que escuchan lo que el mundo pide que sea transformado. En sus ojos que miran la posibilidad de una realidad más justa y un mundo cuidado y querido por todos. En sus pies que abren nuevos caminos muchas veces ni imaginados en nuestras cabezas. Y en su boca que anuncia ¡Claro que sí! es posible otro mundo distinto. Dios se fía completamente de cada uno de nosotros y deja en nosotros, y sólo en nosotros, la posibilidad de hacer real su sueño. Sin nosotros, Él nada puede.
Ser parte de este sueño COMPARTIDO da plenitud a nuestra vida y nos hace sentir una alegría que va más allá de los resultados inmediatos, porque estos no siempre llegan como nosotros lo esperamos. Sentirnos parte de un sueño nos permite decir con esperanza que “todo irá bien”. Irá bien, no porque nos dejemos invadir por un optimismo sin fundamento, sino porque si somos fieles a ese sueño, podemos experimentar que “todo está bien” por sabernos parte de ese proyecto de Dios para la humanidad. A veces toca sembrar, otras regar, podar, esperar y otras cosechar; ninguno de esos momentos tiene sentido en sí mismo si no se conciben como parte de un todo, que es el sueño del agricultor.
Por eso es fundamental que, entre tanta actividad, sepamos pararnos y reflexionar sobre qué parte de ese sueño estamos haciendo posible, qué hemos conseguido y qué camino nos queda, incluso a veces tocará plantear cambiar el rumbo… Jesús se retiraba siempre a orar. Pararnos y escucharnos a nosotros mismos y a los que están alrededor nos hará estar en continuo aprendizaje. Pararnos y escuchar a Dios en la oración, nos llevará a reconectar con nuestra verdadera identidad de hijos del Padre, a poner en sus manos lo que ya hemos caminado y a dejar que Dios nos hable sobre ese sueño suyo que estamos haciendo posible. EVOLUAR para seguir dando pasos.
Y esa plenitud hace posible que se transmitan los deseos de cambios a otros, como si no pudiéramos hacer otra cosa que COMPARTIR ese regalo que se nos ha dado de poder cambiar el mundo. Los verdaderos cambios en el corazón de las personas y en el mundo, ocurren siempre por atracciones y seducciones, no por aseveraciones e imposiciones. Las personas cuyas vidas suenan a lo que sueñan y a lo que sueña Dios, irradian una pasión y una esperanza que es fácil dejarse contagiar por ellas.
Si nuestra mirada al mundo se fuera pareciendo cada vez más a la de Jesús, si fuéramos aprendiendo a mirar a los niños, niñas y jóvenes así… podríamos aprender a preguntarles desde la certeza de que las preguntas encierran tesoros, a escuchar sus respuestas como puertas inesperadas que se abren para nosotros, a ser creadores e inventores de caminos con ellos, a poner el foco en todas sus oportunidades y a pedirles que nos dejen entrar su corazón y buscar siempre su deseo más profundo de felicidad.
El niño y el joven son capaces de Dios porque tienen la misma vocación e identidad que nosotros: ser hijos amados de Dios con capacidad para transformar el mundo.
Y así, podríamos cantarles, lo que Jesús les diría y nos diría a cada uno de nosotros:
Ven, no apartes de mí los ojos
te llamo a ti, te necesito
para que se cumpla en el mundo
el sueño de mi Padre
Beatriz García
Responsable de catequesis en la Parroquia Natividad de nuestra señora